¿No hay alternativa?

¿No hay alternativa?

Asumió Javier Milei con su copia a los modales norteamericanos y trumpistas de comunicación. El acto en la explanada del Congreso, las fotos mostrando los decretos o el poder de su firma (volvió la lapicera), la centralidad en su figura no dejando visibilizar a los ministros. 

Si empezó a tomar la estética de ese tiempo norteamericano el discurso se lo va a copiar a su ¿ídola? Margaret Thatcher. Esa líder, junto a Ronald Reagan, de las transformaciones neoliberales en el mundo dejó un camino a seguir para quienes buscan copiar ese modelo. En términos de horizonte el principal enunciado era la idea de que no había otra opción en el menú. No hay alternativa a hacer lo que quiere hacer. Si no se hace esto o aquello caerán las pestes y las maldiciones. Lo que hay que hacer para ellos era recortar el estado, quitarle impuestos (el pie de la cabeza como les gusta brutalmente explicar) a los más ricos de la sociedad, terminar con las actividades que requieran subsidios (y si tienen que cerrar no es su problema), y establecer modelos de sociedad en donde prima el capital financiero por sobre, ya no digamos el capital productivo, sino por sobre la vida de cualquier humano. 

Ayer explicitó las consecuencias que traería no recorrer el camino que propone. Habló de 15000% de inflación, es decir una híper inflación descontrolada. Y dejó expresado su latiguillo de No hay plata (para algunos sí, se sabe). 

Thatcher logró reconvertir lo que quedaba de Inglaterra de industria minera en solo un centro financiero mundial. Luchas que marcaron la historia inglesa en contra del cierre de minas, que también se vieron en otros países, marcaron el tiempo de la nueva etapa que amaneció en el mundo occidental. En Argentina hay un sector grande que cree que la industria no es necesaria porque no es eficiente desde el minuto 0, y quiere llevar al país a fines del siglo XIX donde precisamente hombres (imposibles de calificar como comunistas o colectivistas) como Carlos Pellegrini o Vicente Lopez hablaban de la necesidad de industrializarse para evitar los vaivenes de los mercados de los productos primarios que exportábamos. Pero eran voces que caían en saco roto hasta que comenzó la movilización popular organizada primero con Hipólito Yrigoyen y luego con Juan Perón. Pellegrini se enfrentaba a la idea de Nicolás Avellaneda que decía que teníamos que pagar las deudas sobre el hambre y la sed de los argentinos. 

Repetir hasta el cansancio que todos los procesos de industrialización en el mundo fueron deficitarios en el comienzo. Siempre hubo Estados que financiaron el crecimiento de empresas insignia para el desarrollo de los países. Inglaterra, Estados Unidos y más acá Corea del Sur son ejemplos de que la industrialización no fue por arte de magia.  

La Argentina necesitaba un proceso de estabilización de la economía (como el que hizo Perón en 1952), pero el Frente de Todos no se puso de acuerdo en como realizarlo y así terminamos. Fue un acto de irresponsabilidad (no asumir lo que te toca y dejar que venga otro a hacerlo), que se verá más claramente a lo largo del gobierno de quien tiene como caballito de batalla la estabilización a los tumbos. 

En estos primeros tiempos habrá que mostrar (y demostrar) que sí hay alternativa, que se pueden hacer las cosas sin el sacrificio de los sectores populares ni las clases medias, pero para eso se necesitará una reconversión del dispositivo, porque lo que se viene va a tratar de generar una sociedad en donde como decía Martinez de Hoz “es lo mismo exportar acero que caramelos”.

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